Mucho movimiento y reencuentros en Kinshasa.
Nuestro último día en Aruwimi amaneció gris y con alguna mala noticia. La hija de uno de los chóferes había sufrido un accidente, y él no podía venir a trabajar. Era sábado y sólo contábamos con Alexi, que primero repartió al personal por los puntos de trabajo y luego volvió a por nosotras.
Desayunamos rápidamente, hicimos las maletas, y nos fuimos al coche. También subieron Taty y Emma, que iban a negociar con el servicio de cátering de un hospital, a ver si conseguían un nuevo cliente. Las dejamos por el camino, paramos para comprar unités (son las recargas del teléfono móvil, nos habíamos quedado sin) y Alexi nos llevó a Virunga; donde nos esperaban a comer.
Nos llegaron ecos de la visita de Nikki Haley a Nord-Kivu, enviada especial del gobierno de Trump, que se unió a las manifestaciones anti Kabila. De momento, no había mucho ruido en Kinshasa.
Más tarde, Isabelle, francesa residente en la RDC hace mucho tiempo, que trabaja en el proyecto educativo de los colegios, nos llevó a nuestra nueva residencia de estos días. Pasamos la barrera de seguridad y entramos en una casa grande y espaciosa. Nos instalamos, e iniciamos nuestro recorrido hasta el aeropuerto, para recoger a María Fernanda, otro miembro del equipo. Tardamos más de dos horas en recorrer los 25 Km hasta el aeropuerto, y es que los atascos en Kinshasa son enormes y absurdos. Se mezclan los coches, furgonetas, motos y autobuses, circulando en todas direcciones, con peatones cruzando entre los vehículos. Unos robots, creados hace algunos años por una joven ingeniera, intentaba regular el tránsito sin éxito.
Llegamos con media hora de anticipación y tomamos un refresco en la cafetería frente a la puerta del aeropuerto. María Fernanda sale, decidida, con su equipaje de mano.